El salvaje... mercado
El precio más bajo, ese es el mantra de una sociedad consumista que antepone la economía a cualquier consideración ética. Valga de ejemplo conocer cómo se fabrican las prendas de vestir que usamos en Occidente y lo que se hace al respecto; nada. El mensaje está claro, para reducir el precio y ser competitivos, como exige el capitalismo actual, hay que crear grandes empresas (de productos y servicios) y sobre todo conseguir mano de obra barata.
Esta tendencia acaba con el pequeño empresario y fomenta la precarización del empleo, e incluso la semiesclavitud de los trabajadores.
El sector de las profesiones técnicas no es ajeno a este proceso. La
falta de trabajo ha originado una guerra de honorarios, en muchas
ocasiones por debajo de coste, que ha roto el mercado. Eso no es competir en igualdad de condiciones. Lo rompen pistoleros que no
tienen problemas en ofertar a la baja cualquier presupuesto. Y el problema no es su existencia, sino su impunidad.
Un sistema económico competitivo debe funcionar con pocas reglas, claras y bajo la estrecha vigilancia de un organismo de control con poder sancionador. Una metáfora válida puede ser un cruce de calles regulado por semáforos, con una cadencia fija que no se adapta al tráfico de cada momento (exceso de control) o el mismo cruce con una rotonda, donde el flujo de vehículos se autoregula siguiendo unas normas vigiladas por la autoridad.
Continuando con el ejemplo, ahora mismo tenemos la rotonda, las normas, pero falta el vigilante. Se imponen precios ridículos y la Administración mira para otro lado con la excusa de una mayor competitividad, aunque lo que realmente hay es competencia desleal y un caldo de cultivo propicio para corruptelas.
La misma Administración que exige la protección del consumidor, favorece el menor precio en las licitaciones públicas, obviando la calidad y sin auditar la forma de trabajar en los despachos profesionales. La falta de inspección, hace que haya falsos autónomos "trabajando" de manera irregular. Cae sobre los hombros del explotado la responsabilidad de la denuncia, cuando el Estado debería fiscalizar el cumplimiento de la Ley.
Nos movemos en una sociedad hipócrita con muchas leyes y poca vigilancia que permite que se perpetuen los abusos. Sólo nosotros tenemos la llave de acabar con ello, mediante la denuncia y exigiendo a la administración que podamos competir en igualdad de condiciones.
El primer día le dije que no tenía interés en cobrar, porque todavía estaba estudiando. Y su reacción inmediata fue: "¿Cómo? Si usted no cobra, yo no podré exigirle nada".
Pep Llinàs sobre Antoni Coderch
(visto en el TL de David García-Asenjo @dgllana)